HUAYUNCAYOG
LOS NAUPAS llegaron a suelo acobambino huyendo de la persecución exterminadora y sangrienta del ejército del Tahuantinsuyo.
La tribu Naupa que huía siguiendo el curso del rio Tarma, se encontraba diezmada. Y no mostraron ninguna intención de disputar el Picoybamba, al sur, donde se habían establecido los cochayoc y los tupis desde decenas de años atrás. Sin embargo, los tupis, tendieron contra ellos una emboscada artera en el estrecho de Ushcullopa, quienes se erigieron héroes allí fueron los ancianos naupas quienes sacando coraje alejo y paternal lucharon hasta morir, para que los suyos trepen por el talud escarpado del Pumampi, al norte... Así, estos auquish salvaron a sus heridos, a las mujeres y niños, del exterminio total.
Los sobrevivientes al bajar por el flanco este del Pumampi, encontraron una meseta pequeña pero estratégica que domina el valle y las riveras del rio Tarma y del rio Palcamayo, antes de confluir. Allí decidieron quedarse y construir Naupamarca.
La vida de los naupas fue penosa aquellos primeros años. Las madres derramaron muchas lágrimas al no poder nutrir a sus guaguas, con alimentos que dan inteligencia y vigor.
Al ver ondear los sembríos de sus hostiles vecinos, recordaban sus chacras y sus cosechas abundantes y los manjares que ellas sabían preparar. Pensaban que si no hubiera tanto odio y mezquindad podrían intercambiar las quinuas, el ulush nutriente del dulce llacón, de la técnica para fabricar artesanía útil y de la experiencia para construir leguas de acequias. Si no habría odio ellos no tendrían por que vivir en las frías cimas de estos lugares.
Fueron, pues, tiempos muy penosos porque ya no tenían semillas de maíz ni de otros alimentos.
Cierto día, un guerrero por capturar una Jarachupa de deliciosa carne, se desbarrancó en Pichas y tuvo que bajar hasta el puquial de Tranca. Allí calmó la sed y la hemorragia, pero, la debilidad impidió su retorno, los nubarrones de su inconsciencia, adormecieron su muerte... Una muchacha de Ocallapa, dominio de los Tupis, notó su presencia. Por recelo, iba ha emprender carrera, pero su curiosidad y piedad femenina la indujeron a observar con preocupación al herido. Lo curó y luego lo escondió temerosa.
Estos jóvenes de pueblos que se odiaban, tuvieron que acostumbrar a verse a ocultas. La palidez del herido, resaltaba sus profundos ojos negros. Cuando ella soltaba sus nigérrimas trenzas, él como la observaba. Y ella era feliz. Gustaban del dulce llacón... Luego se iba con las huitas mas lindas que el había recogido solo para ella.
Así, este cristalino amor desbordaba y quisieron compartir su felicidad con los demás. Por ello la muchacha, consciente del peligro, entregó al naupa, mazorcas de maíz, que en la tierra de entonces, solamente los tupis producían. El joven retorno a Naupamarca y con alegría mostró a los sorprendidos ojos, las hermosas huayuncas.
Cuando los tupis, tiempo después, divisaron el Tongo, Pichas y Chipian, parte baja de Naupamarca, fuertes maizales en verde y oro, descubrieron la traición.
El joven naupa cuando no pudo hallar a su amada en Uhscullopa, intuyó la desgracia. Desesperado llegó a Matara, al pie del tétrico cerro de caliza: el Picoybamba, que intentaba cerrar la entrada del valle. Vio el desplazamiento del gentío hacia Ocallapa y sintió el penetrante silbido del pincullo y el retumbar de las tinyas. No dudo. Tuvo la certeza que los tupis estaban ejecutando, su mas cruel rito punitivo contra la muchacha generosa.
Con una soga larga, desde la cumbre del cerro de caliza, colgaron maniatada a la joven, hasta la cueva que, como boca huihspa, tiene el farallón del borde oeste, para sorpresa de los voraces killichos que habitan hasta hoy esa oquedad.
El joven naupa desgarró con el nombre de su amada el silencio. Intentó escalar prendiéndose de las rocas con las uñas, con los dientes. Vano esfuerzo. Los tupis, indignados, lo capluraron y en Matara le arrancaron los ojos. Sin embargo, aun sin ojos, logró escapar de sus opresores e intento nuevamente el ascenso, gritando ahora, con los ojos del corazón. Y nadie se atrevió a detenerlo.
Los amigos que tuvieron los j6venes amantes en sus pueblos, supieron aquilatar esta triste pero hermosa historia y, cuando les toco dirigir a sus comunidades, labraron una paz digna con los Incas y con todos los vecinos. De esta forma, los naupas bajaron sus moradas de las frías alturas al valle abrigado.
Unidos dominaron las rocas y la hidráulica. Allí sus obras que ahora nos hablan: Hatunsequia y Naupamarca. Y en memoria de sus viejos valores lo recordaron a través del tiempo con las danzas de Auquish Tuco y el Jarculito.
Si en alguna oportunidad te detienes en Matará, encontrarás dos puquiales fascinantes que germinaron de los ojos del joven amante. Y si alzas la mirada hacia la cavidad que bosteza en la cúspide de caliza –borde oeste del Picoybamba- observarás que allí pende una estalactita cónica, blanca, perpetuendo el mensaje de aquel gran amor: una huayunca. Por ello a este cerro los abuelos lo nombraron Huayuncayog.
LOS NAUPAS llegaron a suelo acobambino huyendo de la persecución exterminadora y sangrienta del ejército del Tahuantinsuyo.
La tribu Naupa que huía siguiendo el curso del rio Tarma, se encontraba diezmada. Y no mostraron ninguna intención de disputar el Picoybamba, al sur, donde se habían establecido los cochayoc y los tupis desde decenas de años atrás. Sin embargo, los tupis, tendieron contra ellos una emboscada artera en el estrecho de Ushcullopa, quienes se erigieron héroes allí fueron los ancianos naupas quienes sacando coraje alejo y paternal lucharon hasta morir, para que los suyos trepen por el talud escarpado del Pumampi, al norte... Así, estos auquish salvaron a sus heridos, a las mujeres y niños, del exterminio total.
Los sobrevivientes al bajar por el flanco este del Pumampi, encontraron una meseta pequeña pero estratégica que domina el valle y las riveras del rio Tarma y del rio Palcamayo, antes de confluir. Allí decidieron quedarse y construir Naupamarca.
La vida de los naupas fue penosa aquellos primeros años. Las madres derramaron muchas lágrimas al no poder nutrir a sus guaguas, con alimentos que dan inteligencia y vigor.
Al ver ondear los sembríos de sus hostiles vecinos, recordaban sus chacras y sus cosechas abundantes y los manjares que ellas sabían preparar. Pensaban que si no hubiera tanto odio y mezquindad podrían intercambiar las quinuas, el ulush nutriente del dulce llacón, de la técnica para fabricar artesanía útil y de la experiencia para construir leguas de acequias. Si no habría odio ellos no tendrían por que vivir en las frías cimas de estos lugares.
Fueron, pues, tiempos muy penosos porque ya no tenían semillas de maíz ni de otros alimentos.
Cierto día, un guerrero por capturar una Jarachupa de deliciosa carne, se desbarrancó en Pichas y tuvo que bajar hasta el puquial de Tranca. Allí calmó la sed y la hemorragia, pero, la debilidad impidió su retorno, los nubarrones de su inconsciencia, adormecieron su muerte... Una muchacha de Ocallapa, dominio de los Tupis, notó su presencia. Por recelo, iba ha emprender carrera, pero su curiosidad y piedad femenina la indujeron a observar con preocupación al herido. Lo curó y luego lo escondió temerosa.
Estos jóvenes de pueblos que se odiaban, tuvieron que acostumbrar a verse a ocultas. La palidez del herido, resaltaba sus profundos ojos negros. Cuando ella soltaba sus nigérrimas trenzas, él como la observaba. Y ella era feliz. Gustaban del dulce llacón... Luego se iba con las huitas mas lindas que el había recogido solo para ella.
Así, este cristalino amor desbordaba y quisieron compartir su felicidad con los demás. Por ello la muchacha, consciente del peligro, entregó al naupa, mazorcas de maíz, que en la tierra de entonces, solamente los tupis producían. El joven retorno a Naupamarca y con alegría mostró a los sorprendidos ojos, las hermosas huayuncas.
Cuando los tupis, tiempo después, divisaron el Tongo, Pichas y Chipian, parte baja de Naupamarca, fuertes maizales en verde y oro, descubrieron la traición.
El joven naupa cuando no pudo hallar a su amada en Uhscullopa, intuyó la desgracia. Desesperado llegó a Matara, al pie del tétrico cerro de caliza: el Picoybamba, que intentaba cerrar la entrada del valle. Vio el desplazamiento del gentío hacia Ocallapa y sintió el penetrante silbido del pincullo y el retumbar de las tinyas. No dudo. Tuvo la certeza que los tupis estaban ejecutando, su mas cruel rito punitivo contra la muchacha generosa.
Con una soga larga, desde la cumbre del cerro de caliza, colgaron maniatada a la joven, hasta la cueva que, como boca huihspa, tiene el farallón del borde oeste, para sorpresa de los voraces killichos que habitan hasta hoy esa oquedad.
El joven naupa desgarró con el nombre de su amada el silencio. Intentó escalar prendiéndose de las rocas con las uñas, con los dientes. Vano esfuerzo. Los tupis, indignados, lo capluraron y en Matara le arrancaron los ojos. Sin embargo, aun sin ojos, logró escapar de sus opresores e intento nuevamente el ascenso, gritando ahora, con los ojos del corazón. Y nadie se atrevió a detenerlo.
Los amigos que tuvieron los j6venes amantes en sus pueblos, supieron aquilatar esta triste pero hermosa historia y, cuando les toco dirigir a sus comunidades, labraron una paz digna con los Incas y con todos los vecinos. De esta forma, los naupas bajaron sus moradas de las frías alturas al valle abrigado.
Unidos dominaron las rocas y la hidráulica. Allí sus obras que ahora nos hablan: Hatunsequia y Naupamarca. Y en memoria de sus viejos valores lo recordaron a través del tiempo con las danzas de Auquish Tuco y el Jarculito.
Si en alguna oportunidad te detienes en Matará, encontrarás dos puquiales fascinantes que germinaron de los ojos del joven amante. Y si alzas la mirada hacia la cavidad que bosteza en la cúspide de caliza –borde oeste del Picoybamba- observarás que allí pende una estalactita cónica, blanca, perpetuendo el mensaje de aquel gran amor: una huayunca. Por ello a este cerro los abuelos lo nombraron Huayuncayog.
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